Porco Rosso
miércoles, 25 de abril de 2018
50 SOMBRAS LIBERADAS de James Foley - 2018 - ("Fifty Shades Freed")
Christian y Anastasia por fin se han casado, y están a punto de comenzar su viaje de novios y una nueva vida juntos llena de lujos e ilusión. Por desgracia, ambos siguen siendo presas de terribles inseguridades que van a empezar a aflorar en su día a día cotidiano. Y además, los fantasmas de sus respectivos pasados no van a dejar de perseguirles...
La pasada semana hablaba de "Professor Marston and The Wonder Women", película que es un ejemplo de cómo tratar asuntos como el bdsm, la bisexualidad o el poliamor en Hollywood. Hoy me toca hablar de "50 Sombras Liberadas", que es todo lo contrario: el peor de los ejemplos, el que sólo se centra en el morbo de baratillo, en los tópicos más gruesos y en las explicaciones más rancias y pacatas (basadas en traumas sexuales y emocionales) para tratar una sexualidad alternativa de forma oscura, maniquea y conservadora. Termina la saga "sado" comercial por excelencia de la década con todo lo pésimo que tenían sus dos antecesoras multiplicado por cien. Aquellas eran una basura y un despropósito, y trataban de dar gato por liebre con comentarios intelectualoides de pacotilla y escenas sexuales de película de destape pasadas por un filtro cool artificial. Esta ya ni eso: ya solamente tenemos un drama romántico de sobremesa descarado y chapucero. Los dos protagonistas, peores que nunca, se casan, y se dedican ya a agitar fantasmas de celos y a pelearse por tener o no tener hijos comportándose como un energúmeno controlador él (con algunos coqueteos con un machismo asquerosito muy peligrosos) y como una arpía ella (con amago de pelea de gatas en celo incluido). Mientras, follan, pero de forma cutre, enseñando tetas y algún culo, con desgana, para pasar la gorra. Si esperan encontrar alguna escena sexual excitante, se llevarán un chascazo: son todavía más lamentables que las de las dos anteriores entregas. Y para terminar de repeler del todo, la trama central va de una venganza del jefe celoso de la segunda parte en tono de thriller de secuestros televisivo de tres al cuarto (el tipo aparece pésimamente maquillado, con ojeras y todo... dan ganas de vomitar de la vergüenza ajena que produce). ¿En serio? Muy en serio.
Todo esto tienen que sazonarlo encima con la corrección política norteamericana más pastelosa y familiar, porque eso, señoras y señores, es algo que no puede faltar nunca en estas romanticadas comerciales. Sumen unos diálogos de risa, unos secundarios nulos que no pintan nada, una estética de anuncio de colonia y, lo único apañado, una banda sonora que por lo menos es algo resultona. El noventa y nueve por ciento de esta cosa infame es puta, pero puta mierda. De la más hedionda. Se termina, por fin, una exitosa trilogía que no acompaña su éxito con la calidad y que ofrece, tras su envoltorio a priori morboso y transgresor, un retrato beato y conservador de la sexualidad y de las relaciones personales de la peor especie. Auténtica basura. Por lo menos, ya ha acabado la idiotez (al menos de momento).
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