Porco Rosso
martes, 9 de junio de 2015
LA DAMA DE SHANGHAI de Orson Welles - 1947 - ("The Lady from Shanghai")
El marinero Michael O'Hara salva una noche a una mujer, Elsa, de ser atracada en Central Park, en Nueva York. El marido de ella, un hombre inválido y muy rico llamado Arthur Bannister, le ofrece entonces un trabajo muy bien pagado: acompañarles en su yate de lujo privado hasta San Francisco por el Canal de Panamá. Michael, atraído por Elsa, una mujer que le ha empezado a obsesionar, acepta el trabajo... Y comienza un juego de apariencias y conspiraciones fatal para los tres, un juego que se torna cada vez más oscuro.
Orson Welles dirigió, en su ciertamente corta (para todo lo que tenía en mente y quiso hacer) y por desgracia frustrada carrera, dos de las más grandes películas negras del cine clásico estadounidense: "La Dama Shanghai" y "Sed de mal". La primera viene después de la en parte fallida "El Extraño", y es su primera obra maestra absoluta desde la mítica "Ciudadano Kane". Es un thriller y, como todos los buenos thrillers, es una representación crítica de la sociedad de su momento. "La Dama Shanghai" enreda en una trama oscura a tres personajes interpretados respectivamente por el propio Orson Welles, un magnífico Everett Sloane y una absolutamente esplendorosa Rita Hayworth (por entonces esposa de Welles) que brilla sin parar y que interpreta a uno de los personajes más carismáticos y complejos de su carrera. Por medio de una ambientación oscura, onírica, alucinógena en algunos momentos y tremendamente exótica, el director clava una historia en la que el protagonista es el clasismo de la sociedad norteamericana capitalista. Los ricos no sólo están podridos de dinero, sino que dominan a los pobres o a los menos ricos incluso como si fuesen dioses de la Antigüedad: todos se acercan a ellos, ya sea por necesidad o por querer buscar una manera de escalar puestos en la jerarquía, y empieza un terrible juego de supervivencia no sólo monetaria, sino también moral y espiritual. Los mencionados personajes son ambiguos, amenazadores, llenos de recovecos, retorcidos y guardan constantes sorpresas para el espectador. Los diálogos son para la posteridad. Prácticamente todos son una delicia de la lucidez a la hora de ver el mundo contemporáneo.
"La Dama de Shanghai", finalmente, es también una delicia en el plano visual. No solamente por la mencionada ambientación, sino por su imaginativo estilo y por presentar unas escenas cargadas de potencia, de inventiva y de garra que sorprendieron en su día, en la segunda mitad de los años cuarenta, y que siguen sorprendiendo hoy. Inolvidables las discusiones en las tabernas, inolvidables los viajes del barco por los mares calurosos, inolvidable la escena del acuario y, sobre todo, inolvidable el desenlace del filme en la sala de los espejos, un prodigio de rodaje y manejo del espacio y del suspense que pone los pelos de punta y deja con la boca abierta. Obra maestra.
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