Porco Rosso

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lunes, 7 de enero de 2019

BANDERAS DE NUESTROS PADRES de Clint Eastwood - 2006 - ("Flags of our Fathers")


1945. Segunda Guerra Mundial. Tras muchas penalidades luchando contra las fuerzas japonesas en la batalla por tomar la isla de Iwo Jima, tres soldados norteamericanos son enviados a casa como héroes antes de que la contienda haya terminado: junto a otros tres compañeros que, por desgracia, han muerto, han sido inmortalizados en una fotografía levantando juntos la bandera de la patria en el monte Suribachi. Un acto casi rutinario y sin importancia para ellos es visto en su tierra como el acto de unos valientes. De vuelta en los Estados Unidos, y utilizados por el Gobierno como pura propaganda, vivirán una brutal crisis que les sumergirá en la amargura.


Basadas parcialmente en la novela "Banderas de nuestros padres" de James Bradley, "Banderas de nuestros padres" y "Cartas desde Iwo Jima" narran los mismos días del mismo conflicto bélico desde las perspectivas muy diferentes de sus dos protagonistas: los bandos que en él se enfrentaron. Clint Eastwood evita así todo maniqueísmo posible: en la primera película, la que hoy nos ocupa, cuenta la invasión norteamericana de la isla de Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que, en la segunda, cuenta cómo los japoneses intentaron resistir esta misma invasión. Ambas guardan el mismo fondo: una crítica a la guerra y a las sociedades que la han alabado. "Banderas de nuestros padres" está dividida en dos partes que corren en paralelo, aunque la primera de ellas puede considerarse un flashback: el propio combate, la lucha que ha permitido que los tres protagonistas de la segunda parte (en esta primera hay otros tres que mueren) hayan podido volver a suelo estadounidense gracias al alzamiento de una bandera (junto a los tres fallecidos antes mencionados) que va a ser utilizado por su país para convertirles en unos héroes que no son.


Estos tres hombres, soldados comunes, simples supervivientes arrancados de vidas cotidianas mediocres, se convierten, de la noche a la mañana y tras una confusión, en ejemplos militares que todo buen patriota ha de seguir. Por ello, se convierten en otra arma para hacer la guerra, y vuelven a serlo a su pesar. El tormento por tener que matar japoneses, obligados a luchar como ellos, y por tener que arriesgar diariamente sus vidas lejos de sus seres queridos, se transforma: siguen sufriendo en la retaguardia, a salvo en sus casas pero siendo usados como medio para arengar al pueblo norteamericano y para obtener dinero con bonos militares. Esta es la segunda parte del filme, más importante que la primera si cabe, la parte en la que Eastwood arremete sin piedad contra un sistema que manipula al pueblo y le engaña utilizando su amor por la tierra, sus orgullos y prejuicios absurdos, su veneración al dinero y a los héroes (veneración en la que los tres protagonistas supervivientes caen de una forma u otra).


Queda en "Banderas de nuestros padres" brutalmente desmitificado el héroe (valga la redundancia) clásico norteamericano, queda hundida en el barro su visión de la época, visión que no difiere mucho de la actual, y queda ensalzado el individuo corriente que, utilizado por su Gobierno, sobrevive moralmente y aprende, aún a golpes, de su tragedia (aunque no todos lo consiguen). La isla de Iwo Jima por la que han luchado, un pedazo de tierra baldío, sucio, improductivo, deprimente, es, tal vez, el símbolo de la inutilidad de la guerra. Clint Eastwood rueda, en su estilo clásico al que imprime aquí aires de documental, con un gran pulso y un dominio de la narrativa soberbio, un magnífico drama bélico y post-bélico cargado de violencia, de lirismo y de íntima delicadeza, que revisa con un lucidísimo ojo crítico, una vez más, uno de los episodios más turbulentos y confusos del siglo XX, revisión que hace anclándose en nuestro tiempo. La crítica brutal de "Banderas de nuestros padres" no ha perdido un ápice de actualidad. La guerra sigue siendo muy rentable.


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