Cuando Francia fue invadida por Inglaterra, una mujer que aseguraba que Dios le hablaba guió al ejército francés a la victoria: la santa Juana de Arco. Muchas tierras fueron recuperadas gracias a ella. Sin embargo, el Rey de Francia, Carlos VII, por envidias y odios de su corte, la abandonó a su suerte en la Batalla de París. Ahora Juana es prisionera de los ingleses y está acusada de ejercer la brujería. Un tribunal eclesiástico le quiere dar una oportunidad para “salvar su alma”: o declara estar dominada por el Diablo o muere en la hoguera. Juana lucha contra el terror que siente. Sabe que le esperan innumerables torturas, vejaciones y humillaciones. Pero sabe también que Dios está con ella, y no piensa renunciar a Él ni ante todo el sufrimiento del mundo…
Uno de los más grandes maestros del cine danés y del cine europeo nórdico en general es Carl Theodor Dreyer, genial revolucionario del cine fantástico, de terror y religioso. Autor e intelectual autodidacta y periodista reputado antes que cineasta, fue el creador de muchos de los mejores guiones de su tiempo desde 1912, algunos dirigidos por él mismo, otros dirigidos por grandes contemporáneos. Debutó tras las cámaras en 1919 con “El presidente”. Carl Theodor Dreyer fue el creador de una filmografía mística-religiosa (con aires de cierto malditismo) difícilmente clasificable donde mezclaba el estilo naturalista de los pioneros del cine escandinavo (Sjöström, Stiller…), el expresionismo alemán y las teorías del montaje de los autores soviéticos de su momento (Eisenstein, Koulechov, Pudovkin…) con un tratamiento de imágenes que parecía obsesionado con la pureza visual y que conjuga la sobriedad más refinada y precisa con el lirismo más evocador y el dramatismo más desaforado. En sus historias, disertaba sobre infinitos dilemas morales, sobre el ser humano y su alma, sobre Dios, sobre la fe, sobre el altruismo, sobre la redención por medio del amor o sobre el destino del hombre, invitando al espectador a la reflexión e incluso a la contemplación con sus formas narrativas pausadas y sus planos minimalistas, a menudo cerrados, a veces cerradísimos y asfixiantes. Es uno de los cineastas que mejor ha explotado el rostro humano, desnudándolo con los mencionados planos cerrados y dejándo sus emociones indefensas ante el espectador. Tras debutar con la referida “El presidente”, un retrato social, rodó “Páginas del libro de Satán”, en la que Satán tienta a la humanidad constantemente en varios episodios. Llegaron después otras grandes obras maestras: “Los estigmatizados”, “Honra a tu esposa”, la comentada “La pasión de Juana de Arco”, la terrorífica “La bruja vampiro”, “Dies Irae”, “La palabra” y “Gertrud”. Cineasta terriblemente independiente e incomprendido en su tiempo, Dreyer hubo de rodar sus catorce únicas películas en cinco países distintos y tubo que abandonar, entristecido, su carrera para volver al periodismo y poder subsistir. Acabó sus días dirigiendo un cine en Copenhague, ahorrando y buscando en vano productores para rodar su versión de la vida de Jesucristo, que nunca pudo ver realizada.
“La pasión de Juana de Arco” narra, en brutales primeros planos casi contínuos, las últimas horas de la vida de la incomprendida heroína mártir Juana de Arco, su tortura física y moral y su asesinato en la hoguera basándose rigurosa y estrictamente en las actas de su verdadero proceso, que Dreyer sigue a rajatabla para construir uno de los retratos femeninos y una de las disertaciones sobre la fe, la entrega a una causa, la valentía y la integridad más soberbias que el séptimo arte ha dado. Juana, asediada y vejada hasta su muerte por un inmisericorde, intransigente y corrupto tribunal eclesiástico, es interpretada por una inolvidable Renée Falconetti que, casi completamente rapada y sin maquillaje (en la época no todas las actrices se atrevían a hacer esto), realmente hace sufrir al espectador con sus gestos desencajados, con sus lágrimas y con sus miradas henchidas de sufrimiento y de amor. Hasta el desenlace del filme tras la rebelión del pueblo indignado apenas existe otra cosa que no sean primeros planos asfixiantes, opresivos, captadores perfectos de la pasión y del delirio de esta mujer atrapada y de sus repulsivos verdugos. Toda la película se desarrolla en mazmorras y en frías salas judiciales hasta su mencionado desenlace, en el que se ven por vez primera y última unos exteriores muy limitados. Todos los escenarios, en colores muy claros, están prácticamente despojados de elementos decorativos para que rodeen a las figuras, a sus caras. Son una mera excusa para colocar a personajes con sus almas abiertas de par en par. Con “La pasión de Juana de Arco” Dreyer revoluciona para siempre el retrato introspectivo de la mente humana en la que fue su última película muda, la cual le grangeó la fama mundial a pesar de resultar un fracaso económico. Bergman le seguiría, y también Antonioni, y Lars Von Trier mucho tiempo después, y otros tantos. Fue Carl Theodor otro incomprendido que cambió para siempre el cine.
Dreyer es uno de los grandes maestros. Nadie ha sido capaz de expresar la espiritualidad como él. Y su ritmo... cuando deja a los actores inmóviles y silenciosos ante la cámara, más allá de toda necesidad narrativa, por puro placer estético... Sencillamente genial.
ResponderEliminarOBRA MAESTRA. Así, con mayúsculas. El que quiera dedicarse al cine y no entienda la fuerza expresiva de un primer plano (no sólo de la Santa, sino de sus verdugos o confesores) que vea esta película.
ResponderEliminarSaludos!
Diría exactamente lo mismo que dice el amigo Ethan. Nadie puede discutirle a Dreyer su genial virtuosismo, sobre todo en esta absoluta OBRA MAESTRA.
ResponderEliminarUn abrazote.