Porco Rosso

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sábado, 10 de marzo de 2018

LUCES DE LA CIUDAD de Charles Chaplin - 1931 - ("City Lights")


Un vagabundo sin suerte se enamora locamente de una joven vendedora de flores callejera que es ciega y que, como él, vive en la pobreza. Prendado de ella, decide tratar de ayudarla. Y en su camino se cruza un hombre rico al que, de pura casualidad, salva del suicidio, y que le convierte en su protegido y amigo del alma. Pero las cosas se complican de forma absurda y el vagabundo acaba metido en un lío de narices.


Chaplin tenía esa capacidad que pocos tienen para reinventarse constantemente y con éxito. Después de "El Circo", su siguiente largometraje fue "Luces de la ciudad", otra de sus grandes obras maestras. En ella, volvía a interpretar a su célebre vagabundo, embarcado en otra aventura por la supervivencia y sobre todo por el amor, y tomaba algunas ideas similares a las de "El Chico" y entregaba una película totalmente nueva. Y la crítica social seguía aumentando: se ponía en la picota, y sin piedad, al clasismo de una sociedad acaudalada que dejaba que los más pobres se hundiesen en la marginalidad sin miramientos. Hay un personaje genial que simboliza este egoísmo brutal en esta película: el del hombre rico que interpreta el actor y director Harry Myers, que entrega un papel fantástico y algo olvidado pero básico en este retrato, el de un hombre de sentimientos ambiguos que hace amigos de un día para otro y que también los olvida de un día para otro, lo que conlleva el sacarlos de la pobreza y el volver a hundirlos en ella sin parar. Su mayordomo, más clasista todavía que él siendo un asalariado, e interpretado por Al Ernest García, lo clava también. En estos dos personajes Chaplin despliega su increíble capacidad para lanzar dardos envenenados de forma cómica contra la sociedad de su momento. Y luego, tenemos la historia de amor, de entrega, de sacrificio, que articula toda la trama y que pone los pelos de punta. Una increíble Virginia Cherrill clava a la vendedora de flores ciega de la que Charlot, inmenso como siempre, se enamora locamente. Escenas antológicas de esta historia, a montones, desde el primer encuentro hasta un desenlace que pone los pelos de punta, que hace llorar, que deja marcado para siempre, pasando por ese combate de boxeo demencial, ese despertar sobre la estatua frente a toda la clase alta de la ciudad o esas juergas nocturnas que terminan en sonoros desastres.


Todo en "Luces de la ciudad" está expuesto, como siempre, con una sencillez tremenda, basándose en las pautas de un argumento que es extremadamente sencillo pero que viene cargadito de gags memorables y de momentos que es imposible no recordar para siempre (como esa mirada del vagabundo a través de los cristales de la floristería: sencillamente soberbia, marcada en la retina de generaciones y generaciones). Todo desarrollado al conmovedor ritmo del tema central de "La Violetera", del compositor y músico español José Padilla, que denunció por cierto a Charles Chaplin por usar su melodía en la película sin su permiso y sin haberle siquiera acreditado (y le ganó el pleito). Una curiosidad. Pocos directores son capaces de hacer llorar de risa y de tristeza en la misma película con semejante intensidad. Uno de ellos es este mítico e inimitable maestro del humor cinematográfico. Viva Chaplin, por siempre.


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