Porco Rosso

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miércoles, 14 de marzo de 2018

LA MUERTE DE STALIN de Armando Iannucci - 2017 - ("The Death of Stalin")


1 de marzo de 1953. Moscú. El sanguinario dictador Iósif Stalin es encontrado derrumbado en el suelo de su habitación, inconsciente. El día 5, tras una larga agonía, muere a causa de un ataque cerebrovascular. Empieza, inmediatamente, la guerra en la sombra de sus más cercanos camaradas, que, pelotas e hipócritas, estaban esperando con ansia este momento para ocupar su lugar. Y esta guerra oculta va a ser a muerte: sin cuartel y sin piedad.


El escocés Armando Iannucci es un famoso director, comediante, actor y satírico en su país centrado habitualmente en la política, a la que pone de vuelta y media. Creador de las famosas series "Knowing me, knowing you with Alan Partridge", "The Day Today", "I'm Alan Partridge", "The Armando Iannucci Show", "The Thick of It" y "Veep", ha dirigido también las películas "In The Loop" y "La muerte de Stalin", ambas de un negrísimo y brutal e inteligente humor sin ninguna concesión.


"La muerte de Stalin" no es solamente una de las comedias definitivas del pasado año, sino una de las comedias definitivas de esta década. Estamos acostumbrados a ver en las pantallas a dictadores y genocidas como el eterno y archifamoso líder de los nazis Adolf Hitler, pero no tanto a su gran "homólogo", Iósif Stalin, ese otro asesino monstruoso que ha sido absuelto y perdonado por esa izquierda radical o de chichinabo que es capaz de mirar para otro lado o directamente alabar a tiranos y asesinos sólo por ser de su cuerda ideológica. Aquí, por primera vez en mucho tiempo, se le hace justicia en el cine. Armando Iannucchi rueda, sin un pelo en la lengua y sin ninguna piedad, su versión de la muerte de este ser repugnante en clave de comedia. Y es negra, negrísima, sin concesiones, brutal, terrible y por supuesto desternillante. Revisita ese mundo, tan idealizado por muchos ignorantes y fanáticos, en el que una denuncia inventada, un comentario sin importancia, un chiste, una omisión nimia, llevaba a cualquiera a un campo de concentración, a una sala de torturas o directo al paredón. Todo auspiciado por este maestro de ceremonias del horror que fue Iósif Stalin y por sus asquerosos camaradas, hipócritas, pelotas, serviles y secretamente ansiosos de verle morir para ocupar su lugar. El comunismo queda pervertido en la dictadura de una sola persona, ensalzada por el personalismo más salvaje y por el terror de la peor caza de brujas que tan bien describió George Orwell en sus obras, en la constante vigilancia, en la cultura de la opresión y de la calumnia, de la manipulación, del engaño, de la censura, de la tortura y de la violencia, de la arbitrariedad y de la ambigüedad.


"La muerte de Stalin" nos hace reír a carcajadas, pero sabemos que lo que se está narrando en ella en realidad no tiene ninguna gracia. Es salvaje, e irónica, y escatológica, y sangrienta, y extremadamente irreverente, y molestará a muchos, a los que arrojará un inmisericorde jarro de agua helada sobre sus cabezas. De eso se trata: de molestar, de mearse en vacas sagradas y reírse de ellas sin piedad y de lanzar luz de una maldita vez sobre uno de los peores monstruos que ha parido la humanidad. Reparto coral de matrícula de honor e inolvidable (interpretaciones maravillosas todas, absolutamente todas), ritmo fantástico, diálogos increíbles, humor genial, escenas que ponen los pelos de punta y que se quedan marcadas en la retina para siempre y una capacidad crítica insobornable y a prueba de miles de bombas. "La muerte de Stalin" es una obra maestra de la comedia. Imprescindible. Bien por Armando Iannucci. Sobresaliente.


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