Porco Rosso
viernes, 1 de agosto de 2014
BRAVEHEART de Mel Gibson - 1995 - ("Braveheart")
Siglo XIV. Escocia está férreamente dominada por los ingleses, que oprimen y aterrorizan a sus habitantes sistemáticamente con leyes y dictados injustos. El joven William Wallace es un escocés culto y diestro con las armas que ha vivido muchos años fuera de su tierra con su tío después de que su familia fuera asesinada por las fuerzas de Inglaterra. William sólo quiere ahora una cosa: olvidar su tragedia y vivir en paz y tranquilidad en su granja. Sin embargo, un terrible acontecimiento cambia su vida para siempre y le convierte en el libertador que va a dirigir a los escoceses contra sus opresores.
“Braveheart” es una película para ver sin prejuicios. Puede gustar más o menos Mel Gibson, pero hay que olvidar esto tanto como si es el caso como si no lo es para afrontarla y sacarle el máximo partido. Hay que sentarse frente a la pantalla y hacerse a la idea de que lo que se va a ver es una película épica al uso, de esas con gran reparto, banda sonora muy bonita, dramatismo efectista, excelente fotografía, realistas escenarios, rico vestuario, esplendorosas escenas abarrotadas de extras y, por supuesto, manipulación histórica, y de la más irreal y descarada. Pero bueno… tampoco importa demasiado con un filme de estas características. Salvando las distancias, “Braveheart” es un “Los Diez Mandamientos”, un “El Cid”, un “Espartaco” o un “Ben-Hur” de los años noventa (como algunas de ellas, contiene escenas de apología cristiana o falsea parte de la historia real en la que se basa). “Braveheart” es, precisamente por todo esto, tan disfrutable como tantos filmes clásicos épicos (y como lo es su compañera de década "Gladiator", otro desclabro histórico tremebundo). Realmente, y no se puede negar, Mel Gibson hace en ella una labor excelente en todos los sentidos. El guión, del mediocre Randall Wallace (director de bazofias del calibre de “Cuando éramos soldados”), presenta a un personaje perfecto para este tipo de filme: un héroe libertario de fondo bondadoso pero implacable con sus enemigos que no cede ante nada y que maneja con soltura conceptos como “la libertad de los pueblos” o “la dignidad de los seres humanos”, conceptos que en aquella época no manejaba cualquiera con la consecuencia y la integridad con la que él los maneja.
Este es el Wallace de Randall Wallace y de Mel Gibson: el verdadero era, al parecer, un noble sanguinario más de su tiempo que se enfrentó a los ingleses porque, simplemente y como a tantos otros, le arrebataron algunas de sus tierras… En “Braveheart”, como en tantos filmes histórico-épicos, al protagonista lo sacan fuera de su contexto, quedando humanizado y con su moral adaptada a los tiempos modernos (al igual que ocurre con sus allegados), mientras que sus malvadísimos enemigos son retratos maniqueos y simples hasta decir basta. Nada nuevo, por otra parte: casi siempre se hace esto en obras histórico-épicas, y más en una producción comercial como ésta y las que he mencionado. Por ello, no considero que “Braveheart” sea una película mala en absoluto. No creo que sea la obra maestra total esa de la que hablan con fervor sus incondiconales, pero tampoco creo en lo que dicen sus detractores (la mayoría cegados porque ha sido una cinta extremadamente taquillera, porque ha ganado muchos Oscars o porque, simplemente, la ha dirigido y protagonizado Gibson).
En la película encontramos lo de siempre: el amor, la amistad, la venganza, el odio, el patriotismo, la búsqueda de la libertad… A veces manipulados por el montaje y la banda sonora, a veces realmente bien llevados. El envoltorio es el de la acción, el de las grandes batallas, el de las escenas de amor intimistas, el de los desenlaces de brutales catarsis… Todo en escenarios naturales, con un excelente reparto y con un gran ritmo. “Braveheart” puede gustar y emocionar sin problemas. Para eso está hecha: para gustar a todo el mundo (o a casi todo el mundo). Tampoco es malo ¿no? Mientras se trate de un cine comercial aceptable…
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