El compositor John Russell quiere volver a hacerse con su paz interior, quiere olvidar, quiere recuperarse de la perdida de su esposa y de su hijo en un terrible accidente. Por ello, deja atrás toda su vida y se traslada en busca de tranquilidad a una solitaria y antigua mansión que lleva doce años deshabitada. En ella, contrariamente a lo que piensa, no va a encontrar el sosiego que busca. Pronto comenzará a experimentar extrañas sensaciones: desde las habitaciones altas de la casa escucha muy a menudo raros sonidos, golpes inesperados, el arrastrarse de algo. Junto a su amiga Claire, John se va a lanzar a investigar su nuevo hogar para averiguar qué es lo que se esconde en las alturas, al final de las escaleras... Y va a hacer un terrible descubrimiento.
No hay efectos especiales desaforados, no hay ríos de sangre, no hay cuerpos mutilados de forma absurda, no hay monstruos horrendos, no hay sustos innecesarios provocados como vómitos de manera efectista y zafia, no hay muertes gratuitas, no hay carreras interminables por pasillos oscuros, no hay modelos tetonas que son asesinadas casi desnudas y no hay, cinco segundos antes de los créditos ni después de ellos, un epílogo estúpido que deje abierta la trama para rodar una secuela por si la cosa va bien en la taquilla. En la obra maestra del húngaro Peter Medak (la única obra maestra que rodó este director caído en desgracia artística demasiado pronto) sólo encontramos “eso” que a la mayoría de las películas de terror comerciales de nuestros días parece faltarle: la sugerencia, que siempre se apoya en un ambiente muy cuidado y, por supuesto, igualmente sugerente . “Al final de la escalera”, inspirada de forma consciente en el terror más clásico, al que homenajea, se cimienta por completo en esa enorme y decisiva capacidad de surgerir sensaciones sobrecogedoras que tienen “El gabinete del Doctor Caligari” y “La noche de los muertos vivientes”, “Nosferatu” y “La semilla del Diablo”, la trilogía de “Drácula” de Terence Fisher y “Tiburón”, “Suspense” y “El resplandor”; películas de terror todas ellas inteligentes y preocupadas por alcanzar un resultado artístico y personal. Basándose en la ya clásica trama de la casa encantada con alma en pena entre sus paredes a la que ha de ayudar un hombre traumatizado por su pasado, Peter Medak asusta a su público de una manera sincera refrescando el “género” y sustentándose para ello en la mera ambientación del victoriano lugar en el que se desarrolla la acción (verdaderamente terrorífico en toda su barroca magnitud), en los grandes angulares de las escaleras (explotados para extraer vértigo como pocas películas lo hacen), en los claroscuros de las esquinas misteriosas, en la fuerza de los murmullos y de los extraños sonidos que dejan intuir algo terrible, en eso que no se ve pero que se sabe que existe con certeza y, además, en un tempo pausado a la hora de desplegar los “sustos” que el filme regala, que, articulados muchas veces por medio del agua (elemento esencial en la trama) se alejan de todo efectismo posible para retratar de forma concisa y directa hechos secos que desatan escalofríos en el espectador, que siente en su propio salón la presencia sobrenatural de la mansión, un personaje más de la historia, por supuesto, y retratado con una fotografía espléndida. De verdadero infarto en toda su cortante y lóbrega sencillez son escenas como las de la pelotita cayendo escaleras abajo o la de la aparición repentina de la silla de ruedas. Pero no terminan aquí las virtudes de esta soberbia película; la historia de misterio de toques detectivescos se sigue con una fluidez pasmosa que en ningún momento releva al terror a un segundo plano, mientras que su protagonista, un pletórico George C. Scott recién llegado de la magistral “Patton”, borda otro de los papeles de su vida, al que otorga las dosis justas de comedimiento y de tormento interior. “Al final de la escalera” se alejaba además en su día del simple terror maniqueo para desarrollar las relaciones de colaboración a veces caprichosas y a veces incluso de una cierta amistad que se pueden dar entre un hombre hundido por la muerte de sus seres queridos y un fantasma sediento de venganza. Su esquema ha sido reimitado en muchas ocasiones con mayor o menor éxito. Se pueden rastrear sus huellas en “Poltergeist”, en “El sexto sentido”, en “Los otros”, en “El orfanato” y en miles de películas de las últimas tres décadas.
El húngaro Peter Medak, si bien no pudo tener un mejor pistoletazo de salida con “Al final de la escalera”, que le lanzó momentáneamente a una fama y a un reconocimiento que no supo aprovechar, se vino abajo artísticamente demasiado pronto y, desde entonces, no ha dejado de entregar películas básicamente mediocres. Su filmografía se completa con los thrillers “Los Krays” y “Romeo is Bleeding”, con la comedia “Un viaje a la Luna” y con la bazofia de “Species II” (nadie entiende cómo diablos pudo Medak terminar dirigiendo esto). Sin ser maravillas sí son más destacadas, en cambio, sus aportaciones a la televisión, para la que adaptó con bastante fidelidad “El jorobado de Notre Damme” y “David Copperfield” y en la que trabajó en series como “Cuentos de las estrellas”, “Más allá de los límites de la realidad”, “The Wire” y “Masters of Horror Series”.
Film de culto cuyos méritos son los que ya comentas, nada de artificios ni grandilocuentes efectos especiales. Una pelota que baja sola por unas escaleras es suficiente para provocar miedo.
ResponderEliminarTu lo has dicho. Sugerencia. Lo que falta hoy tanto. Una obra maestra.
ResponderEliminarTerror inteligente, y que ha creado más escuela de lo que parece. ¡Esas tuberías!
ResponderEliminarGran film, no hay duda
pues a mí me parece una peli sobrevaloradísima que, precisamente, muestra mucho más de lo que debería mostrar ... sobre todo en el aparatoso e innecesario incendio final. Pero aún así es indudable que creó escuela ... sólo hay que ver cómo películas actuales como "Los Otros" (con esa secuencia del piano calcada o el nombre del jardinero a modo de homenaje), "El sexto sentido" (el mensaje oculto en las grabaciones que se hace audible poco a poco) o "El Orfanato" (la sesión de espiritismo) siguen homenajeándola ...
ResponderEliminarEs una película que conseguía con muy poco un ambiente de lo más inquietante. Recuerdo la escena de la pelotita que de repente desciende por la escalera y la aparición del niño en el cuarto de baño. Además el protagonista era George C. Scott, nada habitual en el cine fantástico. Borgo.
ResponderEliminarUna de mis películas favoritas, peliculón vaya. Y el final, buenísimo. Amenábar no oculta que hay mucho de esta película en Los Otros, un film que no está mal pero que en la comparación queda muy lejos.
ResponderEliminar