Cuando los obreros de una empresa metalúrgica de la Rusia zarista deciden convocar una huelga por sus miserables condiciones de trabajo, los directivos, aliados con las fuerzas del Gobierno, se ponen en acción para evitarlo y boicotear sus actividades. La violencia se desata cuando uno de los pequeños líderes de estos obreros muere en extrañas circunstancias. Sus compañeros, indignados, toman las calles en masa para protestar por ello. Muy pronto, van a ser salvajemente atacados por las fuerzas del Zar…
Sergei Mijailovich Eisenstein fue uno de los grandes directores de la Escuela Rusa de la primera mitad del siglo XX junto a Pudovkin, Kulechov y Dovjenko. De formación teatral y estudioso de la narrativa de Charles Dickens y de David W. Griffith, fue uno de los más grandes teóricos del cine de la historia y un maestro del montaje, del que haría la base de la estética de sus filmes. Eisenstein repudiaba el montaje clásico entendido como una simple suma de planos, ya que mantenía que de dos imágenes yuxtapuestas podía surgir una tercera que completase la escena de una manera intuitiva (por ejemplo: uno ojo + agua = idea de llanto). Por eso, desarrolló el llamado “montaje de atracciones” y trabajó y perfeccionó el uso de las metáforas visuales, además de incorporar a sus filmes la banda musical para conseguir una perfecta asociación de las estructuras plásticas con las sonoras. Épico y barroco y a la vez lírico, Eisenstein narró grandes epopeyas en las que el protagonista solía ser coral y se levantaba contra la opresión a la que querían someterlo, ya fuese la de los zares, la de los terratenientes mexicanos o la de los invasores de la Rusia mítica del pasado (los teutones o los tártaros). Activo participante de la Revolución de 1917, Eisenstein confiaba en sus primeros tiempos como director en el espíritu revolucionario que supuestamente iba a salvar a su país. Fue durante esta época cuando dirigió sus obras propagandísticas sobre siempre gloriosas revueltas obreras y campesinas: "La huelga", "El Acorazado Potemkin", "Octubre" y "La línea general", que sirvieron al gobierno bolchevique para transmitir su ideología y su mensaje a todo el pueblo ruso del momento y más allá. Más tarde, desilusionado con la corrupción a la que había llegado la completa dictadura de Stalin, Eisenstein se marchó a los Estados Unidos, en donde esperaba encontrar la libertad artística que en la Unión Soviética había perdido y en donde encontró exáctamente lo mismo que en esta: corrupción e hipocresía (la fiebre anticomunista se gestaba y comenzaron incluso a mirarle con desconfianza por haber llegado desde Rusia para trabajar en Hollywood). Abandonó los USA por México y allí rodó "¡Que viva México!", sobre la revolución de este país, pero la dejó incabada por numerosos problemas. Descorazonado, Eisenstein retornó a su amada tierra, en donde también dejó una película sin acabar: “El prado de Bezhin”. Sí consiguió, por suerte, rodar (por lo menos parcialmente) sus dos últimas grandes obras: "Alexander Nevski", una película épica alegórica sobre el creciente poder nazi en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, y las dos entregas de "Iván El Terrible", la vida del tiránico y sanguinario zar del mismo nombre que no era otra cosa que una alegoría oculta sobre el propio Stalin y su terrorífico gobierno que fue prohibida y que no pudo ser estrenada legalmente hasta la muerte del dictador. Eisenstein murió en 1948 de un ataque al corazón.
“La huelga” fue la primera película que dirigió Sergei M. Eisenstein, una película no tan brillante como las posteriores “El Acorazado Potemkin” y “Octubre” (ambas obras maestras la han eclipsado) pero en la que ya se anticipa lo que el genio ruso iba a revolucionar en el cine. Filme de clara propaganda comunista, como los dos mencionados, “La huelga” presenta la clásica y en este caso maniquea (como toda buena propaganda política) historia de una revolución (en este caso una pre-revolución) en la que la clase obrera, oprimida por las clases dominantes (las de la época zarista, en la que, por vez primera y no última en la filmografía del autor, se ambienta la cinta), se levanta para luchar por su dignidad y por sus derechos y es brutalmente reprimida por unas fuerzas de la Ley corruptas hasta la médula. La visión épico-romántica de estas revoluciones que tiene Eisenstein (que más tarde le enfrentaría con el Gobierno comunista para el que trabajó) ya aparecen en esta cinta. El protagonista no es individual, sino colectivo, y, como el de “El Acorazado Potemkin” y “Octubre”, se organiza y se une en una única gran fuerza para luchar contra la tiranía. El filme es una llamada a la cohesión de todos los trabajadores oprimidos sean del sector que sean contra el poder capitalista. Se puede notar en “La huelga” el aliento de un Eisenstein ilusionado y plenamente identificado con el movimiento comunista, de un Eisenstein que todavía no ha sido reprimido por la censura y que aún no se ha ganado la enemistad de poderosos como Stalin. La obra, de influencias aún teatrales (Sergei había abandonado hacía muy poco el mundo del teatro para cambiarlo por el del celuloide), presenta excelentes escenas de acción unidas por un montaje dinámico y muy ágil que aporta significación y, además, contiene ya todo el poder metafórico y simbólico del que su autor hizo gala con gran originalidad. La escena cumbre tal vez sea la de la matanza del ganado, comparada directamente con la matanza del pueblo (comparación que recuerda a la que Chaplin haría en la posterior “Tiempos modernos” con los obreros y las ovejas). Hay otros efectos también geniales como los de los cuerpos reflejados en los charcos de la fábrica, sumida en la miseria. La ambientación, muy oscura y sucia, está así mismo muy conseguida, y, por supuesto, destaca en “La huelga” un manejo de las multitudes ante la cámara simplemente soberbio. Por supuesto, todos los logros de esta obra son exclusivamente técnicos. Argumentalmente, como todo filme de propaganda de cualquier ideología, no hay por donde cogerlo: narra una ridícula y maniquea historia en la que el bien absoluto lucha contra el mal absoluto, representado el primero por obreros pobres y sufridos y el segundo por ricos opulentos y malévolos hasta el esperpento. “La huelga” fue el primero y el único de una serie de ocho relatos fílmicos sobre levantamientos obreros que nunca llegó a terminarse. Posteriormente, llegaría “El acorazado Potemkin”, con el que Eisenstein cambiaría el cine para siempre.
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