lunes, 1 de junio de 2015
LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS de Isao Takahata - 1988 - ("Hotaru no Haka")
Japón. Finales de la Segunda Guerra Mundial. Seita, de 14 años, y su hermana Setsuko, de 5, viven en Kobe con su madre. Su padre, un oficial de la marina, está luchando en la contienda para la mayor gloria del país. Un día, la ciudad es presa de un bombardeo brutal... La vida de Seita y de Setsuko va a cambiar para siempre.
Aunque parezca mentira, todavía, en pleno año 2015, hay patanes que piensan que la animación (o que el cómic) son para niños. Sí, es increíble pero cierto. A estos patanes les pondría muchas películas. Les pondría "Persépolis" (o les daría a leer el cómic). Les pondría "Vals con Bashir". O les pondría "Akira", o "American Pop" o "Porco Rosso". Pero sobre todo, les pondría "La tumba de las luciérnagas". Pocas películas hay en la historia del cine de la animación tan duras, tan crueles, tan brutales como ésta, la primera gran obra maestra indiscutible de Isao Takahata y la primera que realizó en el seno del Estudio Ghibli. Basada en la obra homónima de Akiyuki Nosaka, la película narra la historia de cómo la guerra (la Segunda Guerra Mundial concretamente, pero se aplica a cualquier guerra) destroza la vida de las personas y, concretamente, de los niños. Los protagonistas son un adolescente y su hermana pequeña que se ven obligados a vivir toda clase de privaciones y, además, a aceptar una realidad inmisericorde: en una sociedad como la japonesa, donde el individuo tradicionalmente ha sido durante siglos menos importante que el conjunto de la sociedad o que la nación, las personas están supeditadas a un supuesto bien común que termina pudriéndose y transformándose en otro sucedáneo más de la ley de la selva. El ojo con el que se mira el pasado reciente de Japón, otro país que como la Alemania nazi se volvió presa de la locura colectiva durante aquellos terribles años cuarenta del siglo XX y se metió en aquella horrible guerra genocida, no hace ninguna concesión; la mentalidad colectivista y el patriotismo enfermizo son puestos a parir y el fanatismo bélico y la idea de superioridad racial igualmente.
"La tumba de las luciérnagas" es una crónica de la insolidaridad además. El individuo queda tan reducido a la nada que cuando vienen tiempos difíciles la sociedad lo expulsa de ella por haber dejado de ser útil. No son tan diferentes oriente y occidente, aunque uno sea más colectivista y otro más individualista supuestamente. El mensaje del filme es radicalmente antibelicista y sus escenas de penurias, cargadas sin embargo de un lirismo precioso, romperán el corazón del espectador. Pocas películas hay tan duras, tan crudas y tan tristes como ésta. Pero pocas hay también tan críticas y tan necesarias. Sobra decir que la animación es una gozada. ¿Tienen por ahí a familiares o a amigos pesados que se creen muy sabios y que les dicen insistentemente que el cine de animación es para niños? Pónganle esta película y déjenles con un palmo de narices,
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